Ecobiopsicología
Diego Frigoli
Resumen. Al final de los últimos descubrimientos científicos, se admite que el Universo, desde los átomos hasta las galaxias, es un sistema que se comporta como un todo, en el cual cada conjunto que lo compone parece estar informado sobre el estado global del sistema. La in-ormación puede representarse como un “software” que gobierna el “hardware” constituido por los objetos del universo, y esta in-formación surge de un campo Akáshico o campo arquetípico capaz de generar las formas individuales así como los estados de conciencia correspondientes. La Ecobiopsicología, a través del estudio de las analogías vitales y los símbolos, puede permitir que la conciencia reflexiva acceda al campo arquetípico, estudiando la relación entre los aspectos de la materia (infrarrojo) y sus correspondientes psíquicos (ultravioleta). En esta perspectiva el campo de la conciencia reflexiva del ser humano puede expandirse gradualmente hasta hacerse accesible a la realidad del Unus Mundus, representado por la coherencia de las formas individuales del universo y su estado de conciencia implícito.
Palabras clave: información, coherencia, arquetipo, cognición, inconsciente colectivo, Ecobiopsicología.
En las últimas décadas del siglo XX la investigación realizó un esfuerzo fundamental para intentar comprender la naturaleza profunda de la realidad. A la vieja concepción según la cual cualquier sistema dotado de energía evoluciona irreversiblemente hacia un estado de aumento de entropía, coincidente con el máximo nivel de degradación o desorden, se ha sustituido un nuevo paradigma que considera la incertidumbre y la improbabilidad como elementos fundamentales para explicar la tendencia al orden y a la organización propias de las estructuras vivientes.
Los estudios de Ilya Prigogine sobre las estructuras disipativas y los estudios de la Escuela de Santiago de Humberto Maturana y Francisco Varela sobre la dinámica de la autopoiesis y la cognición, han mostrado cómo el universo consiste en sistemas en competición entre sí, algunos de los cuales evolucionan hacia el estado de equilibrio mediante una disipada progresiva de energía, mientras que otros, capaces de transformar la energía, se estructuran en sistemas más organizados y complejos, donde la tendencia al orden se convierte en el paradigma imperante (Prigogine, Stengers, 1981; Maturana, Varela, 1985).
Los sistemas vivos pertenecen a esta última categoría, ya que son capaces de autoorganizarse. La vida, por tanto, ya no parece ser una “transgresión” a la segunda ley de la termodinámica, sino más bien una consecuencia de leyes físicas generales, que explican cómo el flujo de energía y materia, cuando ocurre en “sistemas abiertos”, alejados del equilibrio, puede crear y mantener el orden funcional, así como la organización estructural del sistema. La idea de la existencia de esta prerrogativa específica de los sistemas vivos es una profunda revolución científica y filosófica, cuya relevancia sigue evolucionando. Hoy se admite que la vida es una trama constituida por redes dentro de redes, es decir, que los organismos vivos constituyen un cosmos ordenado, determinado por un campo que conecta todas las partes del organismo con su totalidad y el organismo completo con el conjunto más amplio representado por su entorno vital. Esto significa que, si la unidad básica del mundo viviente se considera constituida por el organismo – con sus células, sus moléculas, sus átomos, sus partículas – esta totalidad es sorprendentemente coherente en todas sus partes, con la consecuencia de que estas últimas están “informadas” dinámica e instantáneamente entre sí, a través de una correlación que recuerda el tipo de “entrelazamiento” que ocurre entre los cuantos en la escala ultrapequeña de la realidad (Laszlo, 2002, 2010).
Sin embargo, el organismo viviente también es coherente con el mundo circundante, con la consecuencia de que cada fluctuación externa del organismo se refleja de alguna manera en su interior. El tipo de correlación heterogénea y multidimensional que vincula todas las partes de un organismo, incluido el conjunto de los genes en su relación con el ambiente externo para componer la “sinfonía” de la vida, parece estar determinada por un tipo de biocampo que opera sincrónicamente, tanto con la miríada de interacciones moleculares del cuerpo como con el ámbito más general del entorno, constituyendo una especie de red supercoherente que también se extiende a la psique de cada ser viviente. En otras palabras las conexiones que correlacionan las partes individuales de un organismo viviente entre sí para componer la totalidad del organismo, y las conexiones entre los diversos organismos vivientes con su entorno social y ecológico, también involucran la conciencia primaria de las formas vivientes, su cognición, y se extienden a la conciencia reflexiva del ser humano, vinculando la conciencia de cada individuo con la de los demás, hasta componer el surgimiento de una conciencia transpersonal en la que cada ser humano es parte de un todo que llamamos universo. ¿Es entonces posible que «nuestro cerebro y nuestro cuerpo estén conectados con el resto del mundo a través de un campo de conexión, de la misma manera en que lo están las galaxias del cosmos, los cuantos en el micro mundo y los organismos en el mundo de los seres vivos? Y ¿es posible que este sea el mismo campo que aparece de maneras diferentes en los distintos reinos?» (Laszlo, 2010, p. 180).
Los recientes descubrimientos de la física cuántica con el mecanismo del entrelazamiento (entanglement) (Aczel, 2004), las neurociencias con la teoría holográfica de la mente (Pribram, 1976), las hipótesis de los “campos morfogenéticos” de Sheldrake (1981), los desarrollos más actuales de la psicodinámica (Ecobiopsicología) (Frigoli, 2004) parecen confirmar la tesis según la cual toda la materia del universo está interconectada para componer un gigantesco holograma, dotado de prerrogativas informativas específicas que confluyen en la psique del ser humano a través de la interacción continua de la “materia” corporal del hombre con la red más vasta del todo. Si todo está interconectado con todo lo demás, ¿cómo podemos llegar a conocer un fenómeno determinado si debemos tener en cuenta toda la trama infinita de esquemas interconectados con el mismo fenómeno? La epistemología de la complejidad responde que cada ciencia nos ofrece un conocimiento aproximado, y que todas las teorías científicas son limitadas; por tanto, solo una integración entre los distintos modelos científicos puede permitir un conocimiento que, aunque aproximado, tiende a acercarse a la comprensión de la complejidad de la red de la vida. Es decir, los límites del conocimiento científico actualmente aceptados por las ciencias tradicionales deben ampliarse para incluir el estudio de lo irracional, lo espontáneo, lo subjetivo, lo que la psicología llama "inconsciente" personal y colectivo y su lenguaje específico, superando la actitud conservadora según la cual las únicas ideas que se pueden considerar científicas son aquellas aceptadas por el establishment oficial de la ciencia (Morin, 1988).
Por otra parte, es precisamente la ciencia, en sus posiciones más vanguardistas, la que nos propone el estudio de experiencias que no tienen ninguna explicación según los códigos científicos tradicionales: fenómenos no locales, universos múltiples, mentes que se comunican espontáneamente, sueños lúcidos, intuiciones y premoniciones desconcertantes, experiencias de sincronicidad, etc. El universo que se va delineando, por tanto, a través de esta cosmología de fenómenos, se asemeja más a un "gran sueño", en el cual convergen los paradigmas de cosmos, de cuanto, de vida, de conciencia, etc.; De su interrelación surge una "matriz relacional" en la que se intuye que "todo está conectado con todo lo demás", aunque todavía no se sabe cómo expresarlo en términos concretos y accesibles para nuestra experiencia subjetiva.
La Ecobiopsicología, inspirándose en los desarrollos más recientes de la complejidad (Wilber, 1997) (Laszlo, 2003) (Capra, 2002) (Conforti, 2005), asume que el cosmos se presenta más como un organismo viviente que como un mundo inerte; que la materia ya no es una característica fundamental de la realidad, puesto que puede considerarse como energía "condensada"; que la vida está constituida por una serie de relaciones interconectadas que "vinculan" todos los elementos que la componen; que la biosfera evoluciona dentro de un campo continuo de energía que impregna todo el universo; que la mente y la conciencia pertenecen a la biosfera y son partes integrales de la red de la vida, a su vez parte integral del universo; que los seres humanos, con sus valores, cultura y aspectos sociales, no son individuos aislados en el cosmos, sino que participan en su misma realidad informativa, condicionándola a través de los intercambios de información. En esta óptica, ha orientado sus estudios partiendo del estudio atento de la "unidad hombre", su conciencia, cómo se relaciona con el inconsciente personal y colectivo y, no menos importante, con el cuerpo mismo, para luego, paso a paso, proponer esa revolución copernicana que permita la apertura del corazón y la mente desde dentro, hasta experimentar, a través de la búsqueda de la unidad, el despertar a la dimensión del Sí mismo.
Albert Einstein afirmaba que «un ser humano es parte del todo que llamamos 'Universo', una parte limitada en el tiempo y el espacio. Experimenta sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es para nosotros como una prisión, que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas cercanas. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión, ampliando nuestro círculo de compasión para incluir a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza» (Einstein, 1930, p. 125). Las reflexiones del ilustre físico, en síntesis, destacan cómo nuestro yo, encerrado en los confines de una lógica estrictamente racional, debe ampliarse mediante la constatación y "realización" de que el individuo es parte de la naturaleza y del universo entero, y esta "realización" implica la necesidad de que nuestros sentimientos, nuestra conciencia y nuestras almas se conviertan en parte innegable de esta realidad holística.
En la visión ecobiopsicológica, la unidad-hombre está dotada de una organización propia, de un esquema propio, de una estructura propia y de un proceso propio, resultante de las "informaciones" que fluyen continuamente del inconsciente colectivo y de los arquetipos a la conciencia del Yo.
La unidad psicosomática, llamada hombre, es por tanto un sistema "abierto", autoorganizado, alejado del equilibrio, mantenido en tal estado por las retroacciones entre todos sus componentes internos (órganos y sistemas), en un esquema de red autopoiética, que lo pone en relación con el entorno y con el Universo entero. En el centro de esta red informativa que vincula la unidad psicosomática al mundo interno, constituido por las moléculas, las células, los órganos y los sistemas, y al mundo externo de las redes psicológicas, sociales, culturales, ecológicas, etc., la Ecobiopsicología sitúa el arquetipo del Sí mismo. El tema del arquetipo del Sí mismo es recuperado de la psicología analítica junguiana, pero en lugar de considerarlo como el exclusivo factor de orden de la vida psíquica y de sus imágenes, la Ecobiopsicología extiende su valor también al cuerpo y a sus relaciones con el universo físico. Sobre estas bases, la Ecobiopsicología habla de un Sí mismo psicosomático como factor de orden tanto de las informaciones que surgen de las redes de relaciones mantenidas por el cuerpo, como simultáneamente de las mantenidas por la mente (Frigoli, 2013). Al recordar además que la mente como cognición está profundamente encarnada en el cuerpo, la Ecobiopsicología afirma que cada pensamiento o imagen mental se estructura como conciencia cuando la cognición ha alcanzado un cierto nivel de complejidad. Esto significa que la conciencia primaria, surgida como experiencia perceptiva, sensorial y emocional básica, propia de los mamíferos, las aves y otros vertebrados, evoluciona como tal solo gracias a la experiencia de cognición de las especies inferiores, mientras que la conciencia de orden superior que incluye la autoconciencia, la reflexión y el pensamiento, propia de la especie humana, representa un desarrollo de la conciencia primaria de los animales inferiores, así como de la cognición misma.
La cognición de Maturana y Varela, por tanto, como experiencia de adaptación de los sistemas vivos a su entorno, así como como control interno de los factores biológicos relacionados con el mantenimiento de la organización del propio sistema, en el plano psicológico puede compararse con el concepto de inconsciente colectivo. El inconsciente colectivo, desde la perspectiva junguiana, plantea que en él existen los arquetipos como verdaderos factores de organización de comportamientos innatos, y estos patrones de comportamiento ordenados, en términos modernos, pueden considerarse la manifestación operativa de los "esquemas" de cognición, que permiten a cada especie viviente, desde la bacteria hasta el organismo pluricelular, relacionarse con el entorno. El inconsciente colectivo, aunque no explícitamente mencionado por Jung, como concepto es mucho más amplio que la red de cognición de la Escuela de Santiago e implica también aspectos cuánticos y relativistas, que solo hoy la ciencia comienza a explorar (Jung, 1976).
La Ecobiopsicología, retomando estas reflexiones recientes, observa que en la evolución de las "formas" vitales se asiste a un progresivo surgimiento de un orden cada vez más elevado, que se concreta hasta las estructuras responsables del lenguaje y la conciencia humana, y afirma que este orden y esta neguentropía creciente es el mismo que en la psique individual lleva al desarrollo de las sensaciones, las representaciones y al nacimiento del pensamiento simbólico, de la intuición y de la dimensión espiritual.
A la luz de lo dicho, se puede trazar un primer paralelismo entre los recientes descubrimientos de la física cuántica, los desarrollos de la biología sistémica y las hipótesis de la Ecobiopsicología sobre las relaciones entre el hombre y el Universo. Así como los físicos cuánticos postulan el "potencial cuántico" y el "orden implicado" (Bohm, 2002) como campo in-formativo responsable del "orden explicado" y de la realidad de las infinitas "formas" vivientes, la Ecobiopsicología presupone el arquetipo del Sí mismo psicosomático como determinante y central en la regulación de la información entre los procesos corporales, las imágenes mentales correspondientes y la red del macrocosmos. El modelo de esta relación recíproca es descrito por la Ecobiopsicología con la siguiente imagen:
Imagen infrarrojo - ultravioleta
En esta forma se coloca en el centro el arquetipo del Sí mismo, representado metafóricamente como "experiencia de conciencia", que a través del continuo infrarrojo-ultravioleta, atravesando todas las bandas de frecuencia de lo visible, se extiende para abarcar todo el espectro de la conciencia. La banda de lo visible, central en el esquema, corresponde a la realidad de la conciencia egoica, capaz de captar de la totipotencialidad del arquetipo solo los aspectos que estructuran la conciencia del complejo del Yo. La banda del infrarrojo corresponde a los instintos de las especies vivientes y a su nivel de cognición, que el hombre mantiene en sí mismo, en forma sublimada, como experiencia condensada en el Sistema Nervioso Central y en su estructura funcional (por ejemplo, el sistema límbico para expresar la conciencia primaria de los mamíferos); la banda ultravioleta corresponde a las informaciones sutiles de la psique responsables del pensamiento simbólico y de las formulaciones más abstractas que la conciencia ordinaria no percibe (Frigoli, 2010).
El polo infrarrojo y el ultravioleta, con respecto a la banda de lo visible, se utilizan en sentido analógico y sirven para expresar la naturaleza del continuo de información materia-psique-universo. El continuo infrarrojo-ultravioleta en el plano de la información es análogo al concepto de entrelazamiento de los físicos cuánticos, y antiguamente estaba representado por la idea del Unus Mundus para expresar ese campo de influencia arquetípica que reunía la experiencia de la coniunctio in uno de todas las formas de vida. El Unus Mundus significaba que el Universo era un mundo único que contenía todas las especies (géneros) de todas las cosas, como sus ideae, es decir, las imágenes que le son propias, conectadas por concatenaciones y proporciones tales que se evidencian en los fenómenos sincrónicos. Conocer las proporciones ideales entre species e ideae, significaba para la psique individual enfrentarse con el «saber absoluto» del Arquetipo del orden, para abrirse a su propia dimensión de iluminación (von Franz, 1992).
Un segundo punto de conexión entre la descripción de los físicos de un universo holográfico inteligentemente diseñado para favorecer la vida, y la posibilidad de que nuestro cerebro funcione como una “lente” (Pribram, 1976) capaz de convertir matemáticamente las frecuencias que recibe a través de los sentidos, transformando esta avalancha de información en imágenes holográficas neuronales que representan el mundo tal como nos aparece, lo proporciona el concepto de analogía vital de la Ecobiopsicología. Los neurocientíficos plantean la hipótesis de que las imágenes perceptivas elaboradas por nuestro cerebro están determinadas por un mecanismo de resonancia no-local que tendría lugar en las dendritas neuronales. Se llama «resonancia» porque se trata de una transferencia de energía entre formas similares que vibran a la misma frecuencia. Los estímulos sensoriales, al inducir resonancia a nivel dendrítico, funcionarían como la luz láser cuando incide sobre la película de un holograma óptico, reproduciendo la figura holográfica. Pribram denomina a estas formas de resonancia “paisaje holográfico” y son éstas las que proporcionan la base de la memoria, que no estaría localizada en formas específicas del cerebro, sino extendida por todo él. El paisaje holográfico se forma, pues, entre las cosas que observamos y nuestras neuronas. El cerebro, sin embargo, funcionando holográficamente, sólo puede seleccionar algunas de las avalanchas de frecuencias de estimulación que recibe del centro de información no-local, es decir, del arquetipo, para transformarlas en percepciones sensoriales destinadas a construir la conciencia ordinaria de la realidad (Frigoli, 2010). En esta perspectiva, ¿qué queda de la realidad arquetípica? ¿Cómo puede ser experimentada por la conciencia ordinaria del Yo?
A estas preguntas la Ecobiopsicología responde observando que cuando el Yo individual es capaz de encontrar correspondencias analógicas informativas entre un único aspecto funcional del infrarrojo y la correspondiente imagen del ultravioleta, amplifica su dimensión informativa de la conciencia en dirección al Sí mismo (Biava, Frigoli, Laszlo, 2014). La Ecobiopsicología define esta coniunctio entre infrarrojo y ultravioleta como “analogía vital”, como “proporción” (analogía significa proporción) conceptual, capaz de descubrir los lazos naturales entre las formas del mundo vivo y las imágenes psíquicas correspondientes.
La analogía vital, al trazar conceptualmente el vínculo que une los aspectos del infrarrojo y del ultravioleta, crea un campo complejo en la mente, que a nivel psicodinámico se aproxima al poder informativo del inconsciente colectivo, donde se sabe que la psique inconsciente está vinculada no sólo a todo el cuerpo y sus relaciones con el medio interno (procesos fisiológicos hasta el ADN celular), sino también al medio externo y sus dinamismos.
En esta perspectiva de investigación, la Ecobiopsicología hace hincapié en cómo la información representa el elemento de conexión entre el Hombre y el Universo. La información se distingue en in-formación e información.
La primera indica cómo desde el campo Akáshico o dimensión arquetípica se va formando la organización de la materia que da forma a las estructuras de la vida. La segunda resalta en el plano de la comunicación la posibilidad de transmitir mensajes decodificables en significados precisos por los códigos biológicos y psicológicos (ej.: código epigenético, códigos psicológicos relativos a imágenes simbólicas, etc.).
En otras palabras, la in-formación puede considerarse como el sistema axial de organización de los átomos que componen la estructura estereométrica de todas las formas vivientes y no vivientes del universo, mientras que la información representa la adquisición de conocimiento que se produce gracias a la intermediación de mensajes compuestos de señales y símbolos reunidos sobre la base de un código.
La in-formación estudia la coherencia universal que conecta instantáneamente las partes o elementos de un aspecto, ya sea un cuanto, un átomo, un organismo o una galaxia, mientras que la información se limita a decodificar los mensajes y darles sentido para el receptor.
La ciencia actual, al conectar la coherencia del dominio de lo cuantos con la coherencia del cosmos, la del mundo vivo hasta el cerebro y la mente humanos, introduce el concepto de “holismo informacional”, como búsqueda y estudio de una jerarquía de enteros tal que el sistema universo se considera como un Todo. Esto significa que, aunque los enteros del sistema parezcan aparentemente diferentes, están estructurados como si cada uno de sus átomos o moléculas estuviera informado del estado global del propio sistema. La conciencia reflexiva sólo es capaz de captar ciertos aspectos de esta compleja realidad, porque el conocimiento del mundo natural investigado por la ciencia constituye sólo una parte de lo que el hombre es capaz de percibir. Sólo el estudio por medio del método analógico-simbólico, específico de la lógica del inconsciente colectivo, integrado con los datos científicos ofrecidos por la ciencia, puede ampliar la conciencia reflexiva superando el racionalismo asfixiado con vistas a un enfoque informativo más total a través de la percepción de las imágenes arquetípicas, síntesis a la vez de la historia del inconsciente personal y colectivo.
El arquetipo y su poder estructurador se manifiestan en el espacio y el tiempo modelando tanto las formas infinitas del universo como, simétricamente, los análogos funcionales presentes en el cuerpo humano en forma de instintos y actividades fisiológicas, a los que la mente accede a través de imágenes expresadas en la conciencia en forma de símbolos. Son estas imágenes descritas por los neoplatónicos como representaciones del Anima Mundi, las que la Ecobiopsicología estudia a través de las analogías vitales, permitiendo así, mediante reglas psicosomáticas bien definidas, basadas en la concordancia informacional entre “instinto” e “imagen”, acceder a ese lenguaje oculto del arquetipo que los físicos estudian a través del entrelazamiento. La imaginatio propuesta por la Ecobiopsicología ocupa un lugar central en la psicoterapia moderna, porque al subrayar el poder informativo de los símbolos permite un diálogo constante entre las sugerencias de la psicología profunda, la biología evolutiva y la física cuántica.
El modelo ecobiopsicológico, al situar en el centro de su reflexión la relación constante que el inconsciente mantiene con el cuerpo, al enfatizar la “fisicidad” informativa del arquetipo, y al valorar la importancia de la sincronicidad como regla capaz de vincular la información de los acontecimientos existenciales con las categorías de las formas del universo, a través de las analogías vitales y los símbolos, propone una weltanschauung del hombre con un enfoque holístico, afín a las concepciones más modernas de la ciencia (Wallace, 2012) (Russel, 2000). En esta perspectiva, la conciencia puede expandirse gradualmente en dirección a su propia totalidad, y a medida que esta se vuelve intuitivamente más concreta, el papel de las imágenes relacionadas con la activación del cuerpo también se corresponde cada vez más con el conocimiento del Unus Mundus.
Diego Frigoli – Fundador y promotor del pensamiento ecobiopsicológico, Psiquiatra, Psicoterapeuta y Director de la Escuela de Especialización en Psicoterapia del Instituto ANEB. Innovador en el estudio del imaginario, con especial referencia al elemento del símbolo en relación con sus dinámicas entre la conciencia individual y colectiva.
Elena Marina Montagnoli – Psicóloga y estudiante de especialización en psicoterapia psicosomática en la escuela ANEB, con formación en lenguas extranjeras y un enfoque particular en lengua y literatura española.
Referencias
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