El simbolismo del Yin y del Yang en la medicina tradicional china
Diego Frigoli*
La concepción del Yin y del Yang constituye la base de la medicina y la filosofía tradicional china.
¿Qué se entiende, sin embargo, por "tradicional"? No se trata de la mera recuperación de conceptos antiguos y pasados y, por lo tanto, ya no actuales, sino más bien de un retorno a valores atemporales y perennes, que están inscritos en la historia biopsicológica del hombre, es decir, en su filogénesis. La "tradición" no debe entenderse en el sentido común que la opone a la "revolución", definida esta última como una "renovatio" inmediata, casi desconectada de su pasado, sino como una actualización de las infinitas perspectivas reveladas por su etimología latina= "trado", cuyo objetivo es la regeneración del ser. Desde esta perspectiva, la medicina china se presenta como un fenómeno único en la historia de la medicina en particular y del pensamiento filosófico en general, y se califica como una medicina "cosmológica", que intenta alinear el "orden" interno del hombre con el del universo al que pertenece. En otras palabras, busca armonizar el microcosmos-hombre con el Macrocosmos-Universo.
Por esta razón, las leyes que fundamentan la medicina tradicional china y la acupuntura en particular, resumen significados generales y totalizadores, no limitados a la sola realidad humana, sino ordenadores de todos los fenómenos del Universo. Un programa tan amplio puede parecer paradójico para nuestra mentalidad occidental, acostumbrada a utilizar esencialmente, en el ámbito gnoseológico, el criterio analítico-experimental de investigación, pero para el espíritu oriental, más sintético e integrador, constituye una aplicación natural de sus premisas estructurales. Como prueba de ello, desde un punto de vista histórico, es bien sabido que la medicina china, al igual que su filosofía, no se afirma como una interpretación abstracta de datos especulativos y teóricos, sino como el resultado de una milenaria observación de los ritmos naturales cósmicos (la alternancia del día y la noche, la sucesión de las estaciones, la variación de las constelaciones, etc.) en concordancia con los ritmos del hombre (el sueño y la vigilia, las distintas fases de crecimiento del hombre, desde la infancia hasta la vejez, etc.). Así, la medicina china se define como medicina total, porque intenta integrar en una visión unitaria y dinámica los distintos aspectos fenomenológicos del hombre.
Filosófica y concretamente, el hombre se define como un microcosmos que, de manera análoga, reproduce en su totalidad las leyes del gran cosmos, el Macrocosmos. Pero la palabra "cosmos" etimológicamente resume dos significados estrechamente relacionados: el orden y la armonía. Por lo tanto, el orden presente en el Universo también estará presente en el hombre, y la armonía que rige sus leyes inmutables se expresará en el hombre como una síntesis de partes armonizadas en el todo.
El micro y el macrocosmos, por tanto, se entienden como unidades, no estáticas e inmutables, sino al contrario, como síntesis dinámicas de fuerzas en perpetuo movimiento que determinan en su devenir las manifestaciones fenoménicas. En términos chinos, se habla de Yin-Yang, principios polares opuestos y dinámicos que subyacen a todo cambio. En un sentido amplio, el Yin es el principio pasivo, que analógicamente representa todo aspecto de inercia, como el frío, la oscuridad, la tierra, el invierno, etc., mientras que el Yang es el principio activo que en un sentido amplio expresa el calor, la luz, el cielo, el día, el verano, etc. Así como no es posible concebir el frío sin el calor, la oscuridad sin la luz, el invierno sin el verano, etc., de la interacción recíproca de estos principios opuestos surge cualquier expresión de la realidad: la alternancia de la oscuridad y la luz da lugar al día, el invierno y el verano generan el curso de las estaciones, la tierra y el cielo dan sentido al espacio. También en el hombre estos principios opuestos rigen todas sus manifestaciones: desde las más concretas relacionadas con su “bios”, hasta las más sutiles que son patrimonio de su mundo ideo-afectivo. La salud para los chinos consistirá entonces en un equilibrio perfecto de fuerzas opuestas, mientras que la enfermedad se convertirá ante todo en una pérdida de la armonía natural.
Estos principios filosóficos están bien expresados por el símbolo TAI-CHI que vincula el Yin con el Yang (ver figura). Este símbolo consiste en una circunferencia con dos figuras simétricas. A la parte clara se le atribuye el significado de Yang, mientras que a la oscura, el de Yin. Dentro de cada una de estas dos figuras hay dos pequeños círculos, uno claro y otro oscuro, para indicar que no existe un absoluto, sino que, incluso en la máxima expresión del Yang o del Yin, existe el germen del opuesto. Esta es la conceptualización de la relatividad del pensamiento chino, que no conoce formulaciones dogmáticas, y por tanto inmutables, sino solo dinámicas, porque la vida misma es movimiento.
Toda la figura, desde un punto de vista gestáltico, revela el movimiento, que particularmente se ve subrayado por la línea curva que separa las dos figuras simétricas. ¿Qué valor tiene este símbolo, que en su iconografía alternante de colores parece muy simple e incapaz prospectivamente de condensar principios naturales, éticos y existenciales complejos y generales? ¿Por qué misterio psicológico un símbolo puede parecer tan “total”, como para resumir en breves trazos gráficos infinitos significados humanos y colectivos? La psicología ha destacado bien cómo la capacidad sintética de un símbolo es proporcional al progresivo distanciamiento de su manifestación iconográfica de la forma en dimensión antropomórfica. Por ejemplo, sabemos que para indicar el principio de gestación de las cosas puedo pasar de una representación simple, como la de la madre, a representaciones más sintéticas, pero aún antropomorfizadas, como la Virgen María, hasta llegar al concepto de Gran Madre o de Madre Tierra, o, más abstractamente, a números o figuras geométricas. Ahora bien, el Yin y el Yang, representados en el símbolo del TAI-CHI, pertenecen a esta última categoría conceptual, ya que resumen una serie de significados abstractos y concretos. El análisis del símbolo, por lo tanto, puede orientarnos en la comprensión de los aspectos pragmáticos y filosóficos del Yin y el Yang, que en las expresiones literarias con las que comúnmente se les refiere, aparecen particularmente oscuros y, por lo tanto, malentendidos. En el capítulo 42 del Tao-Te-Ching de Lao-Tze, por ejemplo, se lee que «El Tao produjo el uno, el uno produjo el dos (Yin-Yang), el dos produjo el tres, el tres dio vida a la multitud de los seres particulares» (Lao-Tze, 1972, p. 133). En la filosofía china, el concepto de Tao es muy complejo y, en síntesis, expresa el principio inmutable que está en la base de la generación de cada fenómeno manifiesto. Como tal, no puede definirse porque, como dice Lao-Tze: «El Tao que puede ser limitado por las palabras no es el eterno Tao... Es eterno, sin nombre, es mármol no esculpido... cuando el mármol es esculpido, entonces nacen los nombres» (Fung Yu-lan, 1975, p. 78).
Así, el Tai-Chi termina por resumir, gracias a su carga sintética, todo un complejo de significados cosmológicos cuyo reflejo se encuentra en la conciencia humana, entendida como epifenómeno particular de una más vasta Conciencia Cósmica. Las leyes integrativas del Macrocosmos serán las mismas del microcosmos, y la Gran Síntesis que aquel revela será la misma que se manifiesta en el hombre.
¿Es posible resumir la “Totalidad” ontológica en un símbolo? ¿O el hecho de que la “Totalidad” es por definición infinita, hace que un símbolo inevitablemente la limite? Esta última observación, en definitiva, es cierta, y quizás “El Gran Todo” no puede expresarse sino mediante el Silencio, pero, por necesidad hermenéutica, es posible ofrecer algunos puntos de reflexión que nos proporciona el análisis del símbolo, recordando, sin embargo, que estos solo pretenden sugerir más que definir. Si pensamos en el Tao como una esencia aún no manifiesta, y que en potencia resume toda manifestación fenomenológica, podríamos representarlo conceptualmente con el “vacío” que no tiene forma y gráficamente con la página blanca de un papel que aún no conoce la escritura. En el momento en que del “vacío” emerge la primera presencia, expresada por el significado simbólico del uno, gráficamente podríamos indicar ese proceso de nacimiento ontológico con la representación del punto ?, que geométricamente no tiene extensión salvo los límites de su propia presencia. Si al punto queremos añadir una forma manifiesta, armónica en todas sus direcciones, tendríamos que representarla con la circunferencia construida sobre el punto, entendiéndola como proyección unitaria de superficie de la unidad virtual dada por el punto. Así, el punto representará la “calidad” de la unidad, mientras que la circunferencia será la “cantidad” de la misma.
Pero como afirma Lao-Tze: «El uno produjo el dos [...]» (Lao-Tze, 1972, p. 133). ¿Cómo puede representarse ese proceso infinito que lleva de la unidad a la dualidad? El dos, aritméticamente hablando, es el único número que resulta de la suma de dos unidades, es decir, de dos números iguales entre sí. Cualquier otro número de la sucesión decimal puede obtenerse solo de la suma de la unidad con números progresivamente diferentes. Simbólicamente, entonces, para generar el dos, debo obtener dos unidades para sumarlas entre sí, y esto puede realizarse cuando la unidad se refleja en sí misma en el plano especular de su propia existencia. El uno y su reflejo, ahí está el dos. Por ello, en los templos sintoístas se encuentra el culto al espejo.
El centro, al dividirse en dos nuevos centros, evocará en el plano de la manifestación la necesidad de generar dos superficies (figura C). La figura que se obtiene sigue siendo estática desde un punto de vista gestáltico; tenemos una “totalidad” general representada por la circunferencia externa y su centro, y dos “totalidades” internas, dadas por las dos circunferencias más pequeñas y sus respectivos centros. Pero la existencia es movimiento, por lo que también la figura debe dinamizarse para expresarlo. Esto puede representarse gráficamente con el paso de C → D, donde la línea curva termina por definir dos “regiones” simétricas, no superponibles, aunque complementarias, para indicar los principios ontológicos del cambio de toda realidad.
Siguiendo con el análisis del símbolo, podríamos preguntarnos el significado de la alternancia del negro y el blanco. Basta recordar que, en todas las culturas, el blanco indica la conciencia, mientras que el negro simboliza el inconsciente. En física, el blanco es la síntesis reflejada de todos los colores, mientras que el negro tiene la característica de absorber todas las longitudes de onda luminosas. El significado del símbolo es, por tanto, más explícito: cada realidad es la armónica síntesis de actitudes opuestas, al mismo tiempo conscientes e inconscientes. Puede parecer que tal análisis sea excesivamente teórico y carezca de reflejos prácticos, pero si examinamos cada fenómeno humano, tanto físico como psíquico, encontramos constantemente la alternancia Yin-Yang. Pensemos en la sístole-diástole del corazón, en la inspiración y espiración del pulmón, etc. Psicológicamente, recordemos, por ejemplo, la diferencia que existe entre imaginación y observación.
En la imaginación, hay un yo central que evoca imágenes, las cuales son proyectadas al exterior, sobre la realidad. En ello consiste la experiencia artística. En la observación, el yo es como pasivo, orientado a captar la realidad externa, que progresivamente lo llena y lo amplía. Es la experiencia del científico. En resumen, cada aspecto operativo y dinámico de la vida está regido por el vaivén del Yin y el Yang. Además, podríamos recordar que toda manifestación visible, Yang, necesita de una fase germinativa, oscura, Yin, que representa su motor, al igual que la planta puede existir gracias a su semilla, la cual reside en la oscuridad de la tierra. En definitiva, el Yin y el Yang no son principios abstractos o representaciones concretas: son lo uno y lo otro e indican el admirable intento de traducir en una ley la continuidad que une lo no manifiesto con lo manifiesto. Por esta razón, en la crisis actual que afecta a la medicina, recurrir al conocimiento de los símbolos tradicionales no pretende ser solo una curiosidad científica y cultural, sino que se propone como una necesidad concreta de integrar los conocimientos científicos actuales en una visión más amplia y general de la vida.
Diego Frigoli – Fundador y promotor del pensamiento ecobiopsicológico, Psiquiatra, Psicoterapeuta y Director de la Escuela de Especialización en Psicoterapia del Instituto ANEB. Innovador en el estudio del imaginario, con especial referencia al elemento del símbolo en relación con sus dinámicas entre la conciencia individual y colectiva.
Elena Marina Montagnoli – Psicóloga y estudiante de especialización en psicoterapia psicosomática en la escuela ANEB, con formación en lenguas extranjeras y un enfoque particular en lengua y literatura española.
Referencias
Frigoli, D. (2004). Ecobiopsicologia. Psicosomatica della complessità. Milano: M&B
Fromm, E., Suzuki, D., De Martino, R. (1968). Psicoanalisi e Buddhismo Zen. Roma: Astrolabio
Fung Yu-lan. (1975). Storia della filosofia cinese. Milano: Oscar Mondadori
Granet, M. (19971). Il pensiero cinese. Milano: Adelphi
Lao-Tze. (1972). Tao-Tê-ching. Roma: Mediterranee
Lavier, J.A. (1976). Medicina cinese medicina totale. Milano: Garzanti
Marchianò, G. (1977). La parola e la forma. Bari: Dedalo
Stiskin, M.M. (1972). Lo specchio divino. Roma: Ubaldini
Imágenes tomadas de G.A. Rogora (ed.) “Aggiornamento di agopuntura e riflessoterapia”, Edizioni UNICOPLI, Milano 1981